El mundo de la brujería nos fascina, más aún si cabe cuando recordamos los procesos de persecución vividos por miles de personas acusadas de tratar con el maligno, durante los oscuros tiempos de la Edad Medía y bien adentrados en la Edad Moderna. Europa y América se vieron asoladas por una plaga de hechicería de la que ningún territorio parecía estar libre. El proceso inquisitorial más célebre de la historia española es, sin lugar a dudas, el que conocemos como las brujas de Zugarramurdi.
Zugarramurdi es una pequeña localidad del pirineo navarro, fronteriza con Francia, que vio su historia marcada para siempre cuando en 1610 varios de sus vecinos fueron acusados de brujería. El auto de fe celebrado el 7 de noviembre de 1610 en la ciudad de Logroño, ya que el tribunal inquisitorial de Logroño tenía jurisdicción sobre el territorio de Navarra, ha sido el más popular de los ejecutados en nuestra historia. Las dimensiones y la repercusión del acto lo han convertido en un punto imborrable de la memoria de la brujería española.
El autor Mikel Azurmendi, presenta en esta obra un retrato sobre lo acaecido aquellos días en el valle de Baztán y responde a preguntas clave como qué era la brujería y qué se consideraba ser brujo. Cuestiones para nada fáciles de responder, pues la confusión reinante en aquel momento aún se percibe en la documentación que ha llegado hasta nosotros a través de los Archivos.
En las tierras de cultura vascuence constituyó una novedad histórica el hecho de que el conflicto vecinal de acusación de brujería, habitualmente dilucidado en el recinto parroquial, pasase a manos de los tribunales de justicia.
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Efectivamente, que un conflicto vecinal, origen mismo de este proceso trascendental, alcanzase semejante nivel de sonoridad, lo convierte en un hecho histórico único por múltiples razones. Sin embargo, a mi parecer, la motivación que convierte esta persecución de brujas en un suceso extraordinario, es la demostración tácita y evidente de que los inquisidores creían en un pacto entre las brujas y el diablo. Y esta afirmación nos pone sobre la mesa que en la realidad de ese momento histórico, el miedo a la brujería, a lo desconocido, a lo mágico, era tan sólido como que el sol sale cada mañana. Aunque no debemos perder de vista que la propia Iglesia catalogaba los actos maléficos de «meras ensoñaciones», pues no reconocía la existencia de la brujería, y que atribuía a los cristianos que confiaban en el diablo, en lugar de en Dios, actos de mala fe y herejía.
«Ez utzi sorginik bizirik»
«A la hechicería no la dejarás que viva»
Versículo 18, capítulo XXII del Éxodo
Sin duda es una obra muy recomendable para conocer mejor este proceso que tiene la capacidad de sorprendernos siempre que se revelan nuevos documentos, estudios y puntos de vista. La investigación sobre la brujería en la Edad Moderna es una línea de estudio fascinante que nos regala obras como esta.
La localidad de Zugarramurdi ofrece al visitante tres puntos clave para descubrir, disfrutar y experimentar la magia latente de un momento en el que fuesen reales o no, la figura de la bruja caminó junto al arrollo del infierno (infernuko erreka), se reunió en akelarre en las cuevas, y ve su historia y costumbres reflejadas en el Museo de las brujas de la localidad.
¿De qué hablamos cuando mencionamos a las brujas de Zugarramurdi? ¿Quién era considerado brujo o bruja por sus vecinos en tiempo de nuestros ancestros? ¿Por qué el Estado y la Iglesia creyeron al filo de 1600 que había que perseguirles con saña judicial? ¿Por qué la Inquisición española hizo seguidismo de la caza de brujas llevada a cabo por el Estado francés al otro lado de los Pirineos? ¿Qué acontecimientos sucedieron para que comenzara una cruel cacería en la línea pirenaica occidental a comienzos del siglo XVII? ¿Por qué dos inquisidores de Logroño llegaron a inventar el vocablo «aquelarre» para atribuírselo a la «brujería» de aquella gente? ¿Qué representó en todo ello la aldea navarra de Zugarramurdi? ¿Cómo se extendió por toda la cuenca del Bidasoa y Baztán un auténtico terror entre la población de habla vascuence hasta el punto de diseñarse una especie de solución final? ¿A quién aprovechó todo aquel terror?
A estas y otras preguntas responde con rigor esta investigación histórica que, además de describir el complejo proceso, da cuenta de cómo uno de los inquisidores del caso, Alonso Salazar y Frías, llegó a revisar el caso y a la conclusión de que todo aquello había sido un delirio de los propios inquisidores, hasta lograr que la Inquisición promoviese en 1614 un contrito mea culpa con el que se acabaron para siempre en España las hogueras judiciales donde quemar brujas y brujos, mientras en toda Europa y América arderían aún durante un siglo más.
Editorial Almuzara
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